jueves, 8 de febrero de 2007

Casa de los Azulejos


La historia del Palacio Azul, como lo llamaban entonces, se remonta al siglo XVI. Poco después cambiaría su nombre por La Casa de los Azulejos,
La casa que hoy ocupa Sanborns, fue construida al estilo churrigueresco y se decía que los azulejos del exterior fueron hechos en China especialmente para su fachada; sin embargo, existe la posibilidad de que hayan sido fabricados en Puebla en una alfarería de talavera de frailes Dominicos en 1653.
La utilización de los azulejos fue introducida a España por los moros; y como tal, los azulejos de los corredores y de la gran escalera, nos recuerden los de algunos palacios de Sevilla.
Existe la certeza de que los barandales de bronce de los corredores y los balcones también fueron especialmente traídos desde China.
El patio interior de la casa, ahora el salón comedor principal, luce sus altas columnas de piedra y como trabes, polines de grandes dimensiones. También es única su fuente de piedra, que constituye uno de sus principales atractivos.
Este palacio ha presenciado no sólo felicidad, regocijo y hechos sobrenaturales, sino también; como contrapunto, crímenes y hasta terremotos, según cuentan varias leyendas.
La historia de los moradores de la Casa de los Azulejos, comienza cuando Don Damián Martínez, presionado por sus acreedores, se vio precisado a cederla en propiedad a Don Diego Suárez de Peredo, a quien se adjudicó la finca en la cantidad de $6,500 y quien tomó posesión de la casa y de la Plaza Guardiola el 2 de diciembre de 1596. Posteriormente, Don Diego habría de heredarla a su hija Doña Graciana, quien contrajo matrimonio con Don Luís de Vivero, segundo Conde del Valle de Orizaba.
Pasadas algunas generaciones, se cuenta que uno de ¡os condes del Valle de Orizaba, tenía un hijo que, fiado en sus riquezas, más pensaba en fiestas y derroches que en los ingenios de azúcar. El viejo Conde, cansado de las frecuentes reprimendas a su hijo, le lanzó un reto; "Hijo, tú nunca irás lejos, ni harás Casa de Azulejos", queriendo decirle a su hijo que era un bueno para nada.
Al joven le hizo mella lo de los azulejos y poco a poco cambió de vida, prometiendo reedificar la casa que su padre tenía por imposible. El joven Conde cumplió lo ofrecido y reedificó aquel "Palacio Azul" revistiéndolo de azulejos, para convertirlo en la hoy famosa "Casa de los Azulejos."
Muchas otras anécdotas y leyendas se cuentan sobre este monumento colonial, como aquella que dice que el 18 de octubre de 1731, la Condesa del Valle de Orizaba, Doña Graciana de Vivero y Peredo, muy debota del Cristo de los Desagravios; una escultura labrada en tamaño natural pero de autor de origen desconocido, la pidió prestada al Convento de San Francisco y la hizo llevar a su casa para colocarla en la sala principal.
El 7 de noviembre siguiente, como a las 9:00 de la noche, la Ciudad fue sacudida por un fuerte terremoto. Don José Suárez, hijo de la Condesa, recorrió la casa para darse cuenta de los daños causados por el terremoto y al pasar por la sala donde se encontraba el Cristo, se acercó devotamente a besar la llaga del costado y notó que estaba húmeda, levantó los ojos para ver el rostro del Cristo y lo advirtió totalmente demudado, recordando que antes tenía el semblante de un hombre vivo y llenas las mejillas.
Cubierto de un sagrado temor, dio cuenta del suceso a su madre la Condesa y varias otras personas, quienes dieron fe del milagro. Sacerdotes, médicos, pintores y escultores fueron testigos de este acontecimiento y manifestaron tratarse de un hecho sobrenatural.
Cuéntase ¡amblen que en alguna ocasión, la calle de la Condesa fue escenario de un incidente que hoy calificaríamos de cursi: un día, dos nobles entraron por la estrecha calle, pero por polos opuestos, y sus carruajes se encontraron a la mitad; como ninguno podía pasar al mismo tiempo y ninguno quería hacerse atrás para ceder el paso al otro, permanecieron cada quien en su carruaje, cara a cara, durante tres días y tres noches. Dícese que ante tal suceso, el Virrey hubo de ordenarles a los dos que se hicieran para atrás simultáneamente y despejaran la calle por el mismo lado donde habían entrado. Esta curiosa anécdota motivó que se utilizara este hecho como símbolo del callejón, incluso la escena se ha reproducido en las cubiertas de las cajas de chocolates de la famosa línea Condesa que Sanborns produce.
Los condes del Valle de Orizaba continuaron habitando el viejo palacio y el 4 de diciembre de 1828, en medio del desorden del que era presa la Ciudad por el motín de la Acordada, el oficial Manuel Palacios penetró en la Casa de los Azulejos en el momento en que el exconde Don Andrés Diego Suárez de Peredo bajaba la escalera y le acometió varias puñaladas, dejándole sin vida. De este horroroso asesinato hubo varias versiones, pero la verdad es que fue una venganza personal del oficial, porque el exconde Don Diego se oponía a que tuviese relaciones con una joven de la familia. Condenado a la pena de muerte, se ejecutó al culpable en la Plazuela de Guardiola.
Años después, la familia Iturbe compró la Casa de los Azulejos y fue habitada por Don Rafael de la Torre y poco después por Don Sebastián de Mier. En 1891, la ocupó el Jockey Club de México y a principios de siglo, Sanborns inauguró en ella su farmacia y la primera fuente de sodas en México.
Corría el año de 1903 cuando empezó a funcionar la farmacia en una superficie de 30 metros cuadrados y con un capital menor a diez mil pesos.
En 1907 se ampliaron y arrendaron una superficie de 250 metros cuadrados. Para 1909, se integró una empresa con un capital de quinientos mil pesos, que suscribía incluso algunos empleados de la Casa. Diez años después, cambió su razón social por la de Sanborn Hnos., S.A. y se ampliaron las instalaciones de la droguería, el patio de la Casa de los Azulejos y un departamento de novedades y regalos, para ocupar completamente la Casa de los Azulejos con una superficie de 1,500 metros cuadrados.
Hoy, todavía se admira la arquitectura severa y el lujo de las salas, por las que parecen pasar sombras de sus ancestrales moradores. La escalera que fue testigo del crimen del exconde Don Diego, ahora contempla el famoso mural de José Clemente Orozco fechado en 1924 y titulado Omniciencia, que tiene un valor artístico incalculable.
Sanborns tienen muchos años de servir al público mexicano y al turista, asimismo, constituye un tradicional lugar de reunión y en su cálida atmósfera de amistad se respira un grato ambiente cosmopolita.
Ahora, Sanborns constituye no sólo la cadena de restaurantes más importante de América Latina, sino una cadena de tiendas de departamentos en las que se encuentra prácticamente de todo, desde una aspirina hasta un juego de té de plata; desde un helado hasta un reloj suizo; desde un martini hasta una cámara fotográfica y desde una hamburguesa hasta una cena formal.

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